El domingo el sol ya caía sobre la ciudad. El cincuenta iba casi vacío, y la música sonaba y sonaba en mi cabeza. Ya iba tarde y me baje en la parada, porque la gente parecía partícipe de una coreografía eterna en la que yo no estaba incluida. Bailaban sus cuerpos semi desnudos porque el calor así lo disponía. Parecía una película bizzarísima. Caminé porque se alteró mi noción del tiempo y ahora me sobraban minutos. Y agarré un ramo de flores amarillas que alguien había dejado tiradas. Como si le sobraran los colores.
Me senté. Y esperé. Como siempre, al compás de los beatles que estaban sonando en la Rock&Pop.
Seguí viaje. Caminé, pensé y comencé a mirar con atención todos los colores que habían sobre esa mesa. Miré, y esperé a que me hablara. Me había olvidado de lo hermoso que se ve alguien cuando lo mirás de reojo.
Y sonreí.
La calle San Martín oscura me traía recuerdos horribles. Y un gusto podrido saboreaba en mis recuerdos. Las flores amarillas comenzaron a caer por todo el cielo. Cubriéndome. Casi hasta que las respiré. Y se metieron en mi cuerpo quién dice como el aire que en ese momento ya no existía. Y eran flores. Y todo era amarillo.
Hoy ya es jueves, y todavía me duelen las promesas rotas. Y tus ojos lejos.
como me jode escribir así. me jode decir todo con palabras tan pobres. tan estúpidas.
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