El chabón tenía unos veinticinco años. Grafitteaba toda ciudad gótica con fucsia y verde. Gordo, melena oscura y una pinta de rocker que hacía que su personalidad hablara. Pintaba la ciudad que era gris. La pintaba todas las noches, salía vestido de negro y la mochila fosforescente. Cuanta luz le daba el tipo a la mediocridad de todos esos pelotudos que no veían más allá de ellos mismos. Lo jodían todo el tiempo al chabón. Le tiraban giladas a su departamentito de dos por dos todo el tiempo. Pero a el le importaba un carajo. Amaba lo que hacía. El vivía por darle vida a lo sombrío. Cómo lo quería yo al gordo! Un día lo fui a ver. Estaba cabizbajo, los ojos verdes estaban apagados, y no había preparado nada para pintar en la noche.
Vamos a tomar algo - Le dije
No loca, dejá. Esta noche quiero estar solo -
Me fuí, sin saber que esa sería la última vez que lo iba a ver.
Parece que el tipo se cansó. Se cansó. Agarró la navaja que le regalaron para un cumpleaños, quizá un familiar que no tenía tiempo y agarró lo primero que vio y se lo regaló.
A las cuatro y media de la tarde del otro día, salí y miré el edificio enfrente de mi casa, pensando encontrarme con los dibujos del gordo. No estaban.
Cinco y cuarto de la tarde. Fui a su casa. Los autos de la policía estaban afuera, y yo pasé. Estaba ahí, el gordo. Sentado en el piso. Otro suicidado por la sociedad? pensé.
Salí. Y miré la pared de la calle.
Devoraré las paredes en busca de inspiración. Decía el grafitti.
Y una sonrisa iluminó mi cara. Sabia que iba a vivir a través de sus dibujos. El vivía ahora en toda la ciudad.
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